Hidalgo (nobleza)

Los hidalgos de sangre (en virtud del linaje) son «aquellos de los que no se tiene memoria de su origen y no se conoce ningún documento que mencione una merced real, cuya oscuridad es universalmente alabada incluso más que la de aquellos nobles que conocen de otra manera su origen», o sea, un noble inmemorial. Cuando se le impugna, un hidalgo de sangre puede obtener una sentencia judicial que valide su nobleza de la Real Chancillería de Valladolid o Granada, si puede probar que ha sido aceptada por la sociedad y la costumbre locales. En este caso, el documento legal resultante que verifica su nobleza se denomina carta ejecutoria de hidalguía.

Para calificar como hidalgo solariego («hidalgo ancestral»), había que demostrar que los cuatro abuelos eran hidalgos. Los hidalgos solariegos eran considerados como los más nobles y tratados con mayor respeto.

Los hidalgos de privilegio y los hidalgos de Real Provisión suponen una concesión de nobleza por parte de Su Majestad el Rey de España en su condición de monarca, o por su condición de protector de una cofradía o hermandad militar como la Noble Compañía de Caballeros Ballesteros de San Felipe y Santiago.

Hidalgo de bragueta («hidalgo de bragueta») obtuvo la exención de impuestos por tener siete hijos en matrimonio legal.

En Asturias, Cantabria y otras regiones de España cada siete años el Rey ordenaba la creación de padrones en los que se clasificaba a la población, bien como hidalgos nobles, y por tanto, exentos de impuestos por su condición de militares, o bien como pecheros (de un verbo arcaico, pechar, «pagar») que integraban el estado llano y estaban excluidos del servicio militar y debían pagar impuestos. Estos padrones constituyen hoy en día una fuente de información sobre la genealogía y distribución de la población, así como una prueba de nobleza en ciertos casos.

Con el paso de los años el título perdió su importancia, especialmente en España. Los reyes solían conceder el título a cambio de favores personales. En la época del reinado de la Casa de Borbón, más de medio millón de personas disfrutaban de exenciones fiscales, lo que suponía una enorme presión para el estado real, que no llamaba a sus servicios a las armas, sino que dependía más de ejércitos profesionales y costosos mercenarios.

Se intentó reformar el título y a principios del siglo XIX, con la imposición al servicio militar de todos los ciudadanos por Conscripción obligatoria sin ningún requisito mínimo de nobleza o paga o lealtad por honor, sino por coacción a la deserción, había desaparecido por completo, junto con la clase social que había significado originalmente y la mayor parte de su código de honor desarrollado durante siglos en la cultura social de la nación.

Influenciados por la política de Francia, los hidalgos se convirtieron todos en «pecheros» (contribuyentes), sin los privilegios del título anterior, y junto con todos los ciudadanos también estaban sujetos a la conscripción. Ambos estamentos del reino (clases sociales) pasaron a combinarse, contribuyendo obligatoriamente a la nación en servicio e impuestos sin exención, mientras que la nobleza titulada y la realeza mantuvieron sus antiguos privilegios y exenciones.

A diferencia del sur de España, en el norte el número de nobles era elevado y sus diferencias con el pueblo llano eran escasas, habiéndose reformado la sociedad desde el principio por razones históricas y demográficas, organizándose milicias para el apoyo de la realeza. En Asturias, los hidalgos llegaron a ser casi el 80% de la población, y en el caso de Cantabria esta cifra fue aún mayor, llegando al 83% en el siglo XVI y superando el 90% hacia 1740. En el Señorío de Vizcaya y en Guipúzcoa existía además el llamado derecho universal de hidalguía, en virtud del cual todos los vizcaínos y todos los guipuzcoanos nacían hidalgos.

En el siglo XVI, los fueros locales otorgaban a los naturales del País Vasco la condición automática de hidalgos, dándoles acceso a las carreras militar y administrativa. El motivo era que, a diferencia de otras regiones de España, se consideraba que no tenían orígenes moriscos ni judíos. A diferencia de otros hidalgos que rechazaban el trabajo manual.

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