Sucre, la otra capital de Bolivia
Sucre está teñida de blanco. De un blanco luminoso y evocador que le confiere un halo conventual. Las fachadas encaladas están decoradas con balcones llenos de macetas con flores, y los techos de las casas son de tejas de barro que recuerdan a los pueblos blancos del sur de España.
El mayor deleite de esta acogedora ciudad boliviana consiste en recorrer sus tranquilas calles empedradas, que responden a la estructura de damero típicamente colonial. El caminante se encuentra con pequeñas plazoletas ajardinadas, monasterios, iglesias y patios de granito inmunes al paso del tiempo. Lo que llama la atención es la gran presencia de arquitectura religiosa.
El lugar más arrebatador, y que además te ofrecerá algunas de las mejores fotos de Sucre, es el convento de San Felipe Neri, erigido en la parte alta de la ciudad. Su construcción se remonta a 1779, consta de un convento e iglesia de estilo neoclásico. El claustro presenta arcos de medio punto y cubiertas con bóvedas de arista. Al recorrerlos con la parsimonia que impone la atmósfera del lugar, es fácil imaginarse a los clérigos, recién llegados al Nuevo Mundo, deambulando por estas galerías hace cientos de años. Esto se debe, en buena medida, al perfecto estado de restauración del conjunto monumental que mantiene la esencia de lo que fue, más allá de las bandadas de turistas que acuden a diario. Es recomendable hacer la visita al atardecer, sobre las 18:00 horas, para ver el crepúsculo con toda la ciudad bajo los pies.
Mirador de la Recoleta
Estas vistas compiten con las del mirador de la Recoleta, otro escenario que llenará de corazones tu Instagram. Las mejores horas para asistir son el amanecer o atardecer , lo que los fotógrafos denominan la ‘hora feliz’. Para llegar hay que subir un empinado enjambre de callejuelas, por eso es recomendable llevar agua y un gorro para cubrirse del sol. En la parte final, hay que enfilar la calle Dalence que conduce a este idílico lugar. El espectáculo se disfruta desde una larga galería con arcos de medio punto con unas privilegiadas vistas del centro histórico.
El enorme patrimonio de esta pequeña ciudad de no más de 300.000 habitantes nos da cuenta de su importancia en la historia de Bolivia. Y no es para menos, ya que Sucre es la capital histórica y constitucional de Bolivia. Esto es algo que los sucrenses llevan con gran orgullo. Fue fundada en 1538, con el nombre de Ciudad de la Plata, por su cercanía a las famosas minas de Potosí. Unos años más tarde, en 1559, el rey Felipe II estableció la Real Audiencia, ofreciéndole autoridad sobre territorios, como Paraguay, áreas de Chile, Argentina y la propia Bolivia.
En 1825 se firmó el acta de fundación de la República de Bolivia en la Casa de la Libertad, que a día de hoy, es otro importante hito turístico. En ella abundan los cuadros, estanterías de libros, objetos de la época y pomposas salas de techos de madera artesonados. En 1839 la ciudad se convirtió en la capital de Bolivia, tomando su nombre en honor al famoso mariscal José de Sucre. Las pugnas de poder propiciaron el traslado de la administración pública a la Paz en 1899. Hasta el día de hoy, es la sede política de los poderes Ejecutivo y Legislativo, pero el poder Judicial y varios organismos estatales permanecen en Sucre. Por supuesto, la mayoría de los lugareños afirman orgullosos que Sucre es la única y verdadera capital de Bolivia.
Dejando de un lado las disputas capitalinas, y volviendo a caminar por su centro histórico, nos encontramos con una ciudad tranquila, más allá de los habituales atascos y el colapso de tráfico de las ciudades sudamericanas. La plaza de Armas es el punto de encuentro de la parte antigua. Abundan los restaurantes y cafeterías donde sentir el pulso de la ciudad. En realidad los turistas se sienten muy seguros paseando por sus centenarias calles. Incluso hay una gran presencia de estudiantes estadounidenses que acuden a la ciudad para aprender el español en las academias de idiomas.
Gastronomía local
El mercado Central es el lugar más pintoresco y genuino para probar la gastronomía local. En la primera planta se encuentran ubicados los puestos de comida. Allí podrás deleitarte del famoso mondongo chuquisaqueño, que lleva tripas de ternera acompañadas de choclo (maíz cocido) y ensalada, empanadas salteñas, la sabrosa chicha de maíz o la famosa fritanga, un plato preparado con carne de cerdo aderezada con ají colorado (muy típico de la región), papas y mote.
Sucre tiene varios parques donde descansar, coger fuerzas, escuchar el trino de los pájaros y ver alguna que otra escena costumbrista: un vendedor ambulante de helados, jubilados de edad inmemorial charlando sin prisa en un banco o músicos callejeros.
Sin lugar a dudas, el más curioso es el parque Bolívar. Más allá de sus amplias zonas de paseo y sus frondosos árboles, lo que llama la atención es una réplica en miniatura de la torre Eiffel. Al investigar sobre ella, sorprende que efectivamente fue realizada por el mismísimo Gustave Eiffel. La torre fue encargada por el observatorio meteorológico, en 1906, para medir lluvias, vientos y temperaturas. Las crónicas de la época recuerdan que la torre llegó de Francia «en un barco de vapor con 90 bultos de estructuras metálicas».
Si proseguimos en la senda de excentricidades que ofrece la urbe, destaca sobremanera el parque Cretácico, el mayor del país y uno de los más espectaculares del continente americano. En total alberga más de 12.000 huellas de dinosaurio de 294 especies diferentes, además de tener la secuencia de pisadas más larga del mundo. Concretamente 350 metros de huellas continuas quedaron marcadas en la piedra y el tiempo. Fue un pequeño paso para el saurio, pero un gran salto para Sucre.
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