No leer y firmar las cartas que has dictado es peligroso | Grain of sound

Editor-Desde hace algún tiempo estoy descontento por el número de cartas que recibo sin firmar, normalmente de compañeros consultores pero más recientemente también de médicos de cabecera. Después de los calurosos deseos al final de la carta suelen decir «Dictada pero enviada sin firmar para evitar retrasos»; como ambos sabemos, esto es casi siempre totalmente falso.

Conozco a muchos consultores que prácticamente nunca firman sus cartas y, preocupantemente, nunca las leen después de dictarlas. Para colmo de males, hace poco vi una copia de una carta de un consultor a un médico de cabecera, sin firmar y, por los errores, obviamente sin leer, en la que tenía la desfachatez de animar al médico de cabecera a que enviara a los pacientes para que fueran evaluados en el hospital privado en el que trabajaba.

El año pasado volví de haber pasado un mes en Estados Unidos; había una enorme cantidad de correo esperando mi atención, gran parte de él médico. El desencadenante final para que escribiera esta carta fue que de este gran número de cartas (en su mayoría de compañeros consultores pero también de médicos generales) más de la mitad estaban sin firmar y tenían esa deshonesta explicación en lugar de una firma. Hace varios años recuerdo haber leído en un periódico una carta de un colega médico en la que expresaba su preocupación por este asunto, y exponía de forma clara y precisa su opinión -que yo comparto- de que esta práctica es a la vez descortés y peligrosa.

La descortesía es, por supuesto, lamentable, pero la peligrosidad es mucho más importante, sobre todo ahora, cuando la imagen pública de los médicos está tan maltrecha. Ciertamente puedo confirmar la peligrosidad de la práctica, pero sólo daré dos ejemplos. Una carta de un médico consultor terminaba con el afectuoso saludo «con mis mejores deseos, muy sinceramente», y se refería a una paciente y su familia que requerían mi evaluación en relación con su «tratamiento antihipertensivo», cuando en realidad debería haber dicho «tratamiento antidepresivo». La carta de otro consultor se refería a una paciente que recibía clorpromazina cuando en realidad estaba siendo tratada con clomipramina; si hubiera leído la carta se habría dado cuenta de este error.

Este asunto debe ser aireado, y para que tenga alguna repercusión estoy seguro de que se necesita una revista del calibre del BMJ para que tenga alguna repercusión útil.

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