Las raíces poco conocidas de la revolución cognitiva
Muchos psicólogos atribuyen con razón a personas como George A. Miller, PhD, Noam Chomsky, PhD, y Allen Newell, PhD, el inicio de las ciencias cognitivas en el mundo académico. Pero pocos saben que psicólogos anteriores sentaron sus bases durante el apogeo del conductismo. Y menos aún saben que uno de sus precursores más preeminentes, Otto Selz, PhD, fue asesinado por el régimen nazi en la cumbre de su carrera.
Selz, un psicólogo alemán judío nacido en 1881 en Múnich, estudió filosofía en la influyente Universidad de Wurzburgo, en el centro de Alemania. En esa época, las escuelas alemanas de psicología estaban experimentando con formas de examinar la introspección y el pensamiento consciente, y Selz se dedicó a encontrar respuestas psicológicas a las cuestiones filosóficas de la conciencia.
El conductismo -el enfoque reinante en la psicología experimental de su época- no podía aportar mucho al debate. Para la mayoría de los conductistas, las personas operaban mediante el aprendizaje de asociaciones previas. Eso no podía explicar lo que Selz y sus colegas veían como formas muy dirigidas y creativas de resolver problemas.
Selz comenzó a sentar las bases de la investigación cognitiva en una serie de experimentos que él y sus colegas realizaron entre 1910 y 1915. Pidieron a los participantes que explicaran en voz alta sus procesos de pensamiento para la resolución de problemas mientras intentaban completar una tarea, como encontrar una palabra relacionada con «periódico» o «agricultor», pero más genérica, como «publicación» o «trabajador», respectivamente. Los participantes explicaban cómo identificaban los rasgos de esas palabras, cómo los rasgos encajaban en categorías más amplias y cómo las categorías les llevaban a nuevas palabras.
A partir de estas declaraciones, Selz concluyó que sus mentes estaban haciendo algo más que simplemente asociar palabras e imágenes que habían escuchado en conjunto anteriormente. Para Selz, los participantes operaban bajo lo que él llamó un «esquema», o un principio mental organizador, que guiaba sus pensamientos. Bajo este esquema, la mente ordena automáticamente las relaciones entre las ideas y puede anticipar las conexiones entre los estímulos novedosos, sirviendo de base para la resolución de problemas. La existencia de esta vida mental organizada se convertiría más tarde en la piedra angular de la revolución cognitiva.
No encontró ningún favor
Pero incluso mientras su trabajo progresaba, Selz irritó a muchos de sus compañeros. Por ejemplo, podría haber encontrado aliados en el floreciente movimiento de la psicología de la Gestalt, que sostenía que la conciencia surgía del cerebro como una propiedad autoorganizada. En cambio, Selz criticó duramente a los psicólogos de la Gestalt por adoptar un enfoque descendente para entender la resolución de problemas y la formación de ideas. Los gestaltistas sostenían que una mezcla de percepciones puede autoorganizarse para formar una solución, pero que las propias percepciones no tienen sentido sin la solución. Selz, en cambio, defendía un enfoque ascendente que reconocía que estas percepciones son como bloques de construcción que la mente aprende gradualmente a unir para formar soluciones.
A partir de esta teoría, Selz hizo hincapié en que la mente se comporta como un sistema biológico, adaptándose para satisfacer las necesidades de su entorno, y no sólo siguiendo principios de autoorganización de memoria como querían los gestaltistas. Como escribió en su libro de 1924, «The Laws of Cognitive Activity, Productive and Reproductive: Una versión condensada», «quizá nuestra época esté asistiendo al comienzo de una ‘biología del interior’. La psicología entra así en las filas de las ciencias biológicas».
Estas desavenencias le valieron a Selz varios enemigos académicos, entre ellos los prominentes psicólogos alemanes Narziss Ach y George Elias Mueller. Sin aliados entre los investigadores de alto nivel, Selz tuvo una exposición limitada a los psicólogos internacionales, y su influencia se limitó principalmente a su programa de investigación en la Escuela de Negocios de Mannheim, donde comenzó a enseñar en 1923. Con el tiempo, se resignó a que no recibiría un reconocimiento generalizado por sus ideas y se centró en encontrar aplicaciones prácticas para su trabajo, como utilizarlo para preparar mejor a los estudiantes para aprender y a los profesores para educar. Escribió a su amigo y colega Julius Bahle: «Es bastante irrelevante que mi trabajo siga ligado a mi nombre; lo único que importa es que mi trabajo en sí mismo sobreviva».
Pero el ascenso del partido nazi amenazó tanto la vida de Selz como su trabajo. En 1933, su puesto en la Escuela de Negocios de Mannheim fue despedido por ser judío. Los nazis prohibieron a los investigadores alemanes citar trabajos de colegas judíos. En 1938, en los días posteriores a la Noche de los Cristales, las autoridades nazis enviaron a Selz al campo de concentración de Dachau durante cinco semanas. Fue liberado con la condición de que abandonara el país.
Reanudó sus investigaciones en los Países Bajos, donde otros psicólogos e investigadores de la educación se mostraron receptivos a su trabajo sobre la mejora de los métodos de enseñanza y aprendizaje.
El trabajo de Selz sobre la resolución de problemas encajaba de forma natural con el estudio de la pedagogía y comenzó a dedicar sus investigaciones a este ámbito. En colaboración con investigadores holandeses, Selz trató de identificar las habilidades cognitivas específicas que los alumnos utilizaban al realizar una tarea, como sumar o restar, definir una palabra o realizar una lectura comprensiva, para luego enseñar a los alumnos más avanzados a transmitir esas habilidades a los compañeros con dificultades.
Pero dos años después de su traslado, los nazis invadieron Holanda. Aunque sus colegas se ofrecieron a esconderlo en casas de seguridad en Ámsterdam, Selz se negó, argumentando que la Cruz de Hierro que había ganado en la Primera Guerra Mundial sería suficiente para protegerlo.
Ese no fue el caso. En 1943, los nazis volvieron a detener a Selz y lo metieron en un tren hacia Auschwitz. Murió durante el transporte, ya sea por agotamiento o por enfermedad. Su última correspondencia registrada fue una tarjeta postal dirigida a sus colegas, en la que les decía que planeaba iniciar una serie de conferencias para sus compañeros de prisión.
El cognitivismo refundado
Una década más tarde, el emergente campo de la informática volvió a despertar el interés por el trabajo de Selz. Uno de los problemas más difíciles para los informáticos era enseñar a los ordenadores a simular tareas humanas. Para ello, primero tenían que aprender cómo los humanos resolvían los problemas, paso a paso. ¿Qué mejor manera de hacerlo que estudiando los informes introspectivos de los propios humanos? Fue entonces cuando los primeros informáticos recurrieron a las investigaciones de Selz para guiarse, redescubriendo su trabajo e incorporando sus métodos e ideas a un nuevo campo que llamaron inteligencia artificial.
En 1956, George Miller, Noam Chomsky y el resto de los revolucionarios cognitivos más recordados se reunieron en un simposio de ciencias de la información del MIT. Las discusiones allí mantenidas entre estos primeros informáticos y psicólogos cognitivos les convencieron de que todos buscaban respuestas a las mismas preguntas sobre el proceso de pensamiento humano. Esa reunión estimuló la colaboración entre disciplinas académicas hasta entonces dispares y dio lugar a que las teorías cognitivas de la mente se convirtieran en una poderosa fuerza en la psicología experimental.
Aunque el cognitivismo se ha dividido en sus propias subdisciplinas -neuroeconomía, lingüística cognitiva, neurociencia cognitiva y docenas más- sigue siendo una poderosa herramienta para entender la vida mental.
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