Fausto
Acto I
Escena 1. El estudio de Fausto.
El doctor Fausto, un viejo filósofo y alquimista, está estudiando cansadamente sus libros al amanecer. Ha buscado en vano el sentido de la vida y está cansado de vivir. Vierte un poco de veneno en una copa, jurando que este amanecer será el último. Sus cavilaciones se ven interrumpidas por los sonidos de los jóvenes que cantan fuera las alegrías del nuevo día y alaban a Dios. Pero Dios no ha hecho nada por Fausto; no puede recuperar su juventud, ni el amor, ni la fe. Maldice la felicidad humana, la fe y la ciencia, e invoca con rabia a Satanás para que le ayude. Para su asombro y terror, aparece Méphistophélès, vestido como un elegante noble y dispuesto a concederle todos sus deseos. Fausto rechaza sus ofertas de oro, poder o gloria; quiere la juventud («À moi les plaisirs»). Méphistophélès está encantado de cumplirlo, pero con un precio: aquí, en la tierra, Méphistophélès servirá a Fausto, pero «allá abajo» la situación se invertirá. Méphistophélès insta a Fausto a firmar el contrato. Cuando Fausto duda, Méphistophélès le muestra una visión de la bella Marguerite en su rueca. Fausto, embelesado, se apresura a firmar, tras lo cual Méphistophélès le ofrece a Fausto la misma copa de la que iba a beber veneno antes, sólo que ahora contiene el elixir de la juventud. Brindando por la visión de Marguerite, Fausto apura la copa y se transforma en un joven. Méphistophélès insta a Fausto a ir con él a ver a Marguerite en persona, y ambos celebran las alegrías de la pasión.
Escena 2. Una feria en el mercado de una ciudad alemana. (Suele considerarse el comienzo del Acto II.)
Un grupo de estudiantes, dirigidos por Wagner, se entregan a una canción para beber. Soldados, ciudadanos, matronas y muchachas se unen al jolgorio. Valentin, un joven soldado, entra contemplando con tristeza un medallón que su querida hermana, Marguerite, le ha regalado para que lo lleve a la batalla. Cuando Wagner y Siébel, una joven amiga, le preguntan qué le pasa, responde que le preocupa dejar a Marguerite desprotegida, pues su madre ha muerto. Siébel se compromete a cuidar de ella. Valentín se siente aliviado y encomienda a su hermana a la protección del Señor («Avant de quitter ces lieux»).
Wagner insta a todos a seguir con su jolgorio y empieza a cantar una canción cómica sobre una rata, pero Méphistophélès, que aparece de repente, le interrumpe. Le pide amablemente que se una a la diversión y le pide a Wagner que continúe con su canción, después de lo cual él cantará una. Pero Wagner cede el paso al desconocido y Méphistophélès canta sobre el becerro de oro que todo el pueblo adora mientras Satanás dirige la danza («Le veau d’or est toujours debout»). Todos se unen a la canción excepto Valentín, que encuentra a Méphistophélès bastante extraño. Wagner ofrece a Méphistophélès un poco de vino. Éste acepta y, mientras tanto, lee la palma de la mano de Wagner, diciéndole que si va a la guerra, lo matarán. Siébel también quiere saber su fortuna. Méphistophélès le dice que toda flor que toque se marchitará. Cuando añade: «No más ramos para Marguerite», Valentín protesta. Pero Méphistophélès le dice a Valentin que será asesinado por alguien que Méphistophélès conoce.
Méphistophélès toma ahora la copa de vino que le ofrecen, la prueba y la escupe con asco. Ofrece a la compañía algo de su propia «bodega» e, invocando a Baco, golpea un barril, decorado con una figura de Baco, que de repente vierte vino. Insta a la multitud encantada a beber hasta la saciedad, por Marguerite. Valentín se enfurece. Saca su espada, pero, cuando está a punto de atacar a Méphistophélès, la espada se parte en dos. Al darse cuenta de que están en presencia de un demonio del infierno, Valentin, Wagner, Siébel y los demás soldados dirigen las empuñaduras de sus espadas en forma de cruz hacia Méphistophélès, advirtiéndole que se aleje. Con esta protección, todos se marchan, dejando solo a Méphistophélès, sacudido. Él jura que volverán a encontrarse.
Fausto entra y le pregunta a Méphistophélès qué le pasa. Méphistophélès, recuperándose, le dice que no le pasa nada y le pregunta qué puede hacer por él. Fausto quiere ver a Margarita, pero Méphistophélès le advierte que ella es pura y está protegida por el cielo. A Fausto no le importa; quiere verla. Méphistophélès, siempre dispuesto a servir, cumple su promesa. Los acordes de un vals atraen a los estudiantes y a la gente del pueblo, que comienzan a bailar. Méphistophélès sugiere a Fausto que saque a bailar a una de las jóvenes, pero éste se niega; sólo quiere a Marguerite. Lo mismo ocurre con Siébel, que espera tímidamente su llegada. Por fin llega, pero cuando Siébel se acerca a ella, Méphistophélès le cierra el paso para que Fausto pueda alcanzarla primero. Marguerite rechaza la galante oferta de Fausto de acompañarla a casa y sigue su camino. Sus modales son tan encantadores que, a pesar de haberle rechazado, Fausto la desea aún más. Le cuenta a Méphistophélès este contratiempo y éste le promete su ayuda. Las muchachas del pueblo se sorprenden de que Marguerite haya rechazado las atenciones de semejante caballero, pero pronto olvidan el incidente en su disfrute del baile.
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