El legado de Einstein: El capítulo final
«Cuando era joven, todo lo que quería y esperaba de la vida era sentarme tranquilamente en algún rincón haciendo mi trabajo sin que el público me prestara atención», dijo Einstein tras ser homenajeado en un acto social. «Y ahora vean lo que ha sido de mí». Sin embargo, nunca dejó que el peso de la fama aplastara su entusiasmo juvenil por las alegrías sencillas. Einstein seguía escribiendo poemas de amor al objeto de su afecto; disfrutaba paseando hasta su cercana oficina en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton; y siempre, pensaba en la ciencia.
Einstein se oponía a lo que llamaba el «culto a los individuos», pero aceptó su condición de celebridad con gracia. Con la ayuda de su secretaria, contestaba a decenas de cartas cada día y saludaba a un flujo constante de visitantes con un talante realista inesperado en alguien tan prominente. «¿Por qué nadie me entiende y, sin embargo, le caigo bien a todo el mundo?», se preguntó una vez durante una entrevista. El Einstein mortal -que volcó su velero, tuvo una vida familiar poco perfecta y le costó conseguir su primer trabajo- se escabulló tranquilamente en un hospital de Princeton. Einstein, la leyenda, seguirá siendo un icono del genio para las generaciones venideras
El legado en expansión de Einstein
«Lo que ha quedado es el trabajo incesante en problemas científicos difíciles. La fascinante magia de ese trabajo continuará hasta mi último aliento», escribió Einstein en 1951. Dejó en manos de las generaciones futuras la resolución de las persistentes cuestiones planteadas por sus teorías, muchas de las cuales se adelantaron a su tiempo. Por ejemplo, la «constante cosmológica» de Einstein de 1917 fue considerada en su día como su mayor error, pero los físicos modernos la utilizan hoy como un elemento esencial para entender el destino del universo.
El 14 de marzo de 1949, Albert Einstein celebra su 70 cumpleaños.
Einstein no sintió la necesidad de celebrar su cumpleaños. «Es un hecho conocido que nací, y eso es todo lo necesario», dijo. Amigos, colegas y completos desconocidos seguían sintiendo la necesidad de enviar telegramas, tarjetas, cartas, regalos y una elaborada tarta de cumpleaños.
Vecino amable
Los que conocieron a Einstein recordaron su lado humano. Iba a pie al trabajo o cogía el autobús cuando hacía mal tiempo; visitaba a los gatitos recién nacidos de los vecinos; saludaba a los cantantes de villancicos en las noches de invierno; se negaba a actualizar la graduación de sus gafas; y se negaba a llevar calcetines porque se le agujereaban. Sin embargo, no parecía importarle las zapatillas peludas.
El 18 de abril de 1955, Albert Einstein muere poco después de que un vaso sanguíneo se rompiera cerca de su corazón.
Cuando le preguntaron si quería someterse a una operación, Einstein se negó, diciendo: «Quiero irme cuando quiera. Es de mal gusto prolongar la vida artificialmente. Ya he hecho mi parte; es hora de irme. Lo haré con elegancia». Tras una autopsia, el cuerpo de Einstein fue incinerado y sus cenizas esparcidas en un lugar no revelado.
El mundo lloró la muerte de Einstein. A petición suya, su oficina y su casa no se convirtieron en monumentos conmemorativos.
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